lunes, 10 de octubre de 2016

Los muertos (Dublineses) de James Joyce - Revista ¡¡Ábrete Libro!!

"Los Muertos" de James Joyce y su adaptación al cine ("Dublineses", de John Huston).
Empezamos una nueva etapa en esta Bitácora.
Tengo el tremendo honor de participar en la redacción de la Revista del Foro "abretelibro.com". A partir de entrada, iré compartiendo en esta Bitácora mis colaboraciones en la Revista.
Empezamos con "Literatura y Cine"
Revista ¡¡Ábrete Libro!!: Los muertos (Dublineses) de James Joyce - José Ale...:
Unas pinceladas sobre las obras.
Pero…. ¿se puede hacer una película entera y fiel a un relato de no muchas páginas...

sábado, 14 de mayo de 2016

Cambiando de tercio


Pues hasta aquí ha llegado la primera fase de esta aventura.

Hasta hoy, esta bitácora ha querido darles a conocer mi segundo libro de relatos: "Ciclogénesis no explosiva".
Es un libro en el que he puesto mucho esfuerzo y cariño, y que, modestamente, pienso que puede, por lo menos, entretener al lector. Quizás hacerle pensar y, incluso, sentir.
Yo he disfrutado escribiéndolo, publicándolo y dándolo a conocer. Espero que quien se decida a leerlo experiemente la misma satisfacción.

Muchas gracias a todos por vuestro apoyo y comentarios.

Cerramos aquí este capítulo de la bitácora, y seguiremos pronto con otro.

¡Gracias!

José Alegre Seoane
Bruselas, Mayo 2016 (actualizado en Mayo 2017)

sábado, 16 de abril de 2016

Retirada



Extendió el brazo hacia atrás y se agarró con fuerza al marco de la ventana. El viento soplaba fuerte, haciéndole perder el equilibrio, pero todavía no había llegado el momento de la retirada. Diez pisos más abajo aún no había llegado mucha gente.

Julián Alberto lo tenía todo planeado. La muerte de Leticia María, su esposa durante más de treinta años, lo había dejado destrozado. La traición de ...

sábado, 2 de abril de 2016

¿Dónde nació el libro?


El grueso del libro nace en una casa gallega de la Costa Ártabra. Un lugar mágico, expuesta a los vientos del Océano, que una determinada semana del mes de febrero de 2014 la visitan nada menos que tres veces en forma de ciclogénesis explosiva…

¿Qué mejor lugar y circunstancias para que la inspiración y la perseverancia, la una de la mano de la otra, den forma a los relatos del libro?


viernes, 18 de marzo de 2016

Muñecas rusas (de "Bucles")


© Alejandro Cuffia | Dreamstime.com - Mascardi Lake, Bariloche, Argentina

El autobús va cruzando la Cordillera hacia San Carlos de Bariloche.
Manuel pega su cara al cristal, algo empañado, intentando divisar las cimas entre las que discurre encajada la carretera. Pero el paisaje es gris. Gris de niebla, gris de nieve extendida bajo la niebla, gris de nieve que cae entre la niebla. Un cielo gris blanquecino, un bosque blanco grisáceo. Manuel se resigna, hoy tampoco verá las cumbres de los Andes. Intenta dormir. Pero no puede; todo el autobús escucha de pronto la voz chillona de la pasajera sentada justo detrás de él.
––No me funciona el celular acá arriba. ¿Usted tiene cobertura? ––pregunta en voz alta a su compañero de asiento––. Tengo a mi hija en Bariloche, esperando que le diga a qué hora llegamos, para que pueda ir a buscarme a la terminal. Necesito decirle que no tenemos retraso.
Manuel escucha como el pasajero busca su teléfono móvil en varios bolsillos, hasta que lo encuentra y lo extrae.
––No señora, yo tampoco tengo cobertura. Pero seguro habrá más abajo, y todavía faltan tres horas para llegar.
––Ay sí, pero tengo que avisarle.
––No se apure, le va a dar tiempo.
Manuel, llevado por la curiosidad, intenta ver su cara por el espacio que hay entre los asientos. La señora es rubia, bien vestida. Su vecino es aún más rubio, y muy joven. Sostiene un grueso libro, de tapas negras. En la estación, Manuel se había fijado en ese pasajero, que leía el mismo libro sin despegar los ojos su sus páginas. Se había sorprendido cuando entrevió su título: La Biblia.
La señora tiene claramente la intención de prolongar la conversación.
––Y vos, ¿De dónde sos?
Su vecino era brasileño, de Iguazú. Animada por la respuesta, prosigue el interrogatorio. Manuel se da cuenta que no le iba a ser fácil conciliar el sueño, y decide abrir su libro. Era un libro de relatos escritos por autores noveles de la Provincia de Río Negro. Lo había comprado en Bariloche unos días antes, y lo había llevado consigo en su breve excursión chilena. Lo sacó de la redecilla del respaldo del asiento.
Comienza a leer. El primer relato sitúa su historia en un autobús que cruza la Cordillera, entre nieve y niebla.
––Yo soy psicoanalista, retirada ya ––continúa la Señora con su parloteo––, pero todavía voy a congresos…
Manuel no puede concentrarse. Ni el tono de voz de la pasajera, ni su propio natural curioso de conversaciones ajenas, se lo ponen fácil. A pesar de todo, prosigue su lectura. El protagonista de la historia desiste de mirar por la ventana, y se pone a leer un libro. Manuel escucha de nuevo a la parlanchina pasajera:
––El Congreso de Cartagena fue bárbaro, ¿vos estuviste alguna vez en Cartagena? Si no, tenés que ir ya mismo.
El brasileño responde en voz tan baja que lo que dice no le llega a Manuel. Éste vuelve de nuevo a su interrumpida lectura. El relato cuenta como el protagonista abre su libro, que contenía relatos de autores noveles de la Provincia de Río Negro. El primero de ellos es la historia de un viajero que cruza la Cordillera, sumida en nieve y niebla, y que, no pudiendo disfrutar del paisaje, abre un libro de relatos.
Incansable, la señora continuaba:
––Ahora me invitaron a un Congreso en Europa, en Atenas.
––Qué bueno ––acertó a decir su abrumado vecino––.
––No sé si ir, me dijo una amiga de La Plata que hay unos negocios espectaculares. Cuando estuvo allá con su marido, quemaron la tarjeta de crédito. Pero por otro lado, no sé si mi inglés es tan bueno.
Manuel intenta, por enésima vez, concentrarse en la lectura, esta vez con más éxito. En el relato, su protagonista continua leyendo el libro que cuenta la historia de un viajero que, atravesando la Cordillera, abre un libro de relatos. El primero de éstos refiere la historia de un viajero que, cruzando los Andes en autobús, y aburrido con el paisaje gris, decide comenzar a leer un libro de narraciones cortas escritas por autores noveles de la Provincia de Río Negro. El primero de cuyos cuentos narra como un viajero que atraviesa la Cordillera nevada y envuelta en nubes empieza a leer un libro de historias breves, que había comprado unos días antes en Bariloche. La primera historia de ese libro reseña como un turista, aburrido en el autobús que salva los Andes envueltos en nubes bajas, lee un libro de relatos de autores locales, el primero de cuyos relatos cuenta como un viajero…
Manuel oye un chasquido. Siente en la cara el aire frío del exterior. Al mismo tiempo, la voz de la pasajera se va atenuando, como si se estuviera alejando, hasta que se hace un silencio extraño. Manuel mira hacia arriba. El techo del autobús se ha desvanecido. Una cara enorme, le observa, a través de líneas de palabras transparentes. Sus facciones son idénticas a la suya. Más arriba, otra cara aún más descomunal observa a la anterior. Manuel mira a su alrededor. Sólo ve letras y líneas. Se siente plano, como habiendo perdido una dimensión. Por debajo de él, otro alter ego suyo lee un libro, también transparente, y mira desde arriba a otra persona, aún más diminuta que lee otro libro, en el cual…
Manuel grita. Su grito se oye en todo el universo, desde el átomo hasta las estrellas.

martes, 15 de marzo de 2016

Delfines negros y rojos


© Refluo | Dreamstime.com - Dolphin black and white

"...Su madre, sentada en el sillón en el que pasaba todos los fines de semana vencida por el cansancio de limpiar colegios y casas, ni siquiera le quiso mirar: —Tu hermana te está esperando para que la lleves al parque. "

Más a un click de distancia:
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domingo, 6 de marzo de 2016

Valor


"El saco de arena amortigua el impacto de la primera bala. Me pongo en guardia. Otro día más. Las gotas de lluvia se acumulan en el borde de mi casco y resbalan por él, hasta que su peso las hace caer sobre mi cara. Ruedan por ella junto con lágrimas de miedo. "

Más a un click de distancia:

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domingo, 28 de febrero de 2016

Lo que dice la crítica

"Los cuentos tienen una personalidad propia y están bien escritos, que es la marca doble del buen escritor" (M, escritor)

"Tramas sencillas, cortas, con un ritmo ágil que atrapan al lector." (agencia literaria)

"La habilidad del autor sitúa rápidamente al lector en cuada situación y cada breve pieza de este caleidoscopio humano nos transporta a un lugar sorprendente". "Un recorrido por la condición humana". "Recopilación que merece ser leída" (agencia literaria).



Si la crítica es buena, ¿por qué me auto-publico?

Aunque la valoración de los dos agentes literarios a los que pedí informes de lectura fue positiva, los dos coincidieron en apuntar que en España no hay mercado para libros de relatos. Interesa sólo la novela. Dicho de otro modo: a un autor novel de relatos no le queda más salida que trocear su obra en relatos individuales para presentarla a concursos, o auto-publicarse.

La auto-publicación supone un esfuerzo muy grande. Yo lo acometo con la modestia del que piensa que su obra no es quizás mejor que otras disponibles en el mercado, pero sí digna de ser leída, y merecedora de la oportunidad de serlo. Y, por supuesto, con la ilusión de compartir mis relatos con los lectores. ¿Qué sería de un relato sin ellos?



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domingo, 21 de febrero de 2016

Salir del armario (cuento de mi primer libro -"Bucles"-)




La tarde se anuncia tormentosa en el barrio estambuliota de Caddebostan. El implacable sol de julio se acaba de ocultar tras unas muy amenazadoras nubes de tormenta. Sin embargo, Mehmet sabe que los truenos más fuertes que escuchará hoy serán los gritos de su padre. Tras mucho meditarlo, lo ha decidido: en apenas 20 minutos, su padre estará al corriente. Ahora espera su vuelta impaciente en la cocina. Su madre le acompaña.
–¿Quieres más té, hijo?
 –No mamá, no me apetece. Además, no quiero ponerme más nervioso de lo que ya estoy.
Su madre, ablandando la voz con toda la ternura que su preocupación le permite expresar, hace un último intento:
–Pero hijo, ¿estás seguro de lo que vas a hacer?
–Sí mamá, lo he pensado mucho. Ya no puedo seguir ocultándolo.
 –Pero hijo, ya sabes cómo es tu padre. A lo mejor no hace falta que le des este disgusto. Sabes que tu hermana y yo podríamos seguir ayudándote con tus coartadas para que tú pudieras seguir viviendo como hasta ahora.
 –Sí, ya lo sé, mamá, pero no puede ser. He aguantado en silencio durante muchos años, y ya no puedo seguir así. Tiene que saberlo.
Se escucha el primer trueno. Un bufido de aire fresco entra en la cocina, agitando los visillos. Huele a mar. 
–Pero hijo -continúa la madre-, tu padre se va a sorprender mucho. Piensa que yo misma tampoco me di cuenta durante mucho tiempo.
–Bueno, tú, en el fondo, sospechabas algo.
–Sí, ya sabes lo que se dice, que no hay nada que se le escape a una madre. Yo veía cosas que no tenían explicación lógica, como esos amigos a los que no nos querías presentar. Y tus continuas visitas al otro lado, cuando al fin y al cabo, en esta orilla del Bósforo tenemos de todo… Pero de ahí a pensar que tú, hijo de una familia con una historia como la nuestra, ibas a…
–Ya, ya sé que no os lo esperabais –responde Mehmet con un toque de tristeza-.
Un relámpago ilumina la habitación. Mehmet mira hacia fuera, y comprueba que las islas ya no se ven. La cortina de agua se va acercando hacia la costa asiática de Estambul, del mismo modo que, piensa Mehmet, su padre se estará acercando a casa en ese momento. Ya habrá bajado del dolmuş(1) delante del supermercado, y probablemente esté cruzando la avenida.
- Ay hijo, no quería ponerte más triste. Si tú eres feliz así…
–Sí, así siento, así soy. No puedo hacer nada para cambiarlo, y tampoco puedo esconderlo más. Tú no te puedes imaginar lo que es vivir ocultando esta pasión.
–No serías el primero en la historia que tiene que ocultar sus pasiones – el tono ligeramente adusto de su madre deja entrever muchos años de férrea educación en los mejores colegios-.
–Ya mamá, pero vivimos otros tiempos.
Otro trueno. Las primeras gotas caen sobre las flores rojas del balcón. Ahora es la madre la que dirige una mirada perdida al exterior.
–Para tu padre va a ser un golpe. Pensará que no logró educarte bien. Pasará semanas pensando en qué se equivocó contigo, en qué no hizo bien. Cariño, ¿de verdad es necesario que se lo digas?
 –Sí mamá. Me va a doler a mí también, pero tengo que hablar con él. Tengo que decírselo. Aunque sólo sea porque no puedo soportar que siga insultando en mi presencia a los que sienten como yo.
El ruido de unas llaves entrando en la cerradura interrumpe la conversación. Mehmet, con gesto serio, se levanta y sale a encontrarse con su padre en el salón. Su madre le sigue. Al ver a su padre, Mehmet siente una gran ternura por él. Viéndole realizar sus gestos cotidianos a la vuelta del trabajo, piensa que en el fondo quizás su madre tenga razón. Quizás es mejor no decir nada.
Mientras su padre deja la cartera y el llavero con el escudo de su equipo, el Fenerbahçe, sobre la mesa, siente pena porque el resto de la tarde ya no será como su padre espera. A pesar de todo, reuniendo el poco valor que le queda, Mehmet se dirige a su padre:
–Papá, tengo que hablar contigo.
–Sí hijo, claro.
Al ver el gesto grave de su esposa, el padre de Mehmet se sobresalta:
–¿Qué pasa? ¿Te ocurre algo hijo?
–Hay una cosa que debes saber, papá. –Tragando saliva, Mehmet continúa–. Es algo que llevo queriendo decirte hace mucho tiempo, y me ha faltado valor para hacerlo.
Un rayo cae muy cerca, se corta la electricidad de la casa. Un par de segundos después, el trueno acompaña las siguientes palabras de Mehmet.
–Papá, no te va a gustar.
–Hijo -le interrumpió su padre-, has de saber que yo soy una persona moderna. Antes de que sigas, debo decirte que yo no tengo nada en contra de los… -traga saliva- …de los homosexuales. Si alguna vez he hecho alguna broma de mal gusto, ha sido sólo eso, una broma sin intención. Yo…
–Papá…
–Además, no se si sabes que según tu tío, tu primo Alper también…
–No es eso papá –interrumpe Mehmet-. Lo que quiero decirte es que yo… soy socio del Galatasaray.
El siguiente trueno cubre el ruido del golpe que, al desmayarse, da el padre de Mehmet contra la pared del salón. Como el trueno es largo, tampoco se escucha el estrépito de la caída, desde el lugar de honor que ocupaba en la misma pared, de su diploma de “socio de honor” del Fehnerbahçe.
(1) Furgonetas que, en Estambul, hacen las veces de autobús en algunas líneas.

domingo, 14 de febrero de 2016

Una lectora inesperada



Una lectora inesperada.

¿Quereis compartir vuestras fotos de "Ciclogénesis no explosiva? Lectores, lugares... Habrá una sorpresa para el autor de la fotografía más original.
 
http://www.bubok.es/libros/244300/Ciclogenesis-no-explosiva
http://www.bubok.es/libros/244300/Ciclogenesis-no-explosiva

miércoles, 10 de febrero de 2016

¿Quieres saber qué es un destarifo?


"Entrar en coma por coz de burro, en estos tiempos de alta tecnología, es cuanto menos original. Y es que a mi abuelo Josep, a pesar de que tenía dos Mercedes aparcados en su garaje, le gustaba ir a faenar al campo con su animal. A sus setenta y ocho años, todas las mañanas sacaba a Recesvinto, que así se llamaba la acémila, y se iba a inspeccionar el naranjal o a cavar algún surco para que se regaran mejor sus campitos...."
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sábado, 6 de febrero de 2016

Sois más de 3000 a los que os has gustado la página gemela de este blog en Facebook. Para los que Blogger, podeis estar al tanto de las novedades haciéndoos seguidores de este Blog.

Muchas gracias a todos. ¡Espero vuestros comentarios sobre el libro!

¡A sólo 1.25 € de distancia!
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martes, 2 de febrero de 2016

Algunos han dicho...

"Fresco y ágil" (N., lectora, Alicante)

"Relatos de sentimientos, de vivencias, así podríamos definir este conjunto de relatos que se caracterizan por la originalidad, pero también por el retrato de la VIDA, con mayúscula" (agencia literaria)

"Me lo estoy pasando pipa" (L., lectora, Bruselas)

domingo, 24 de enero de 2016

Relato de mi anterior libro: "El ascensor". ¿Adivinas quién lo inspiró?


El ascensor

El despertador atronó en la habitación. Mario lo apagó de un golpe seco. Entreabrió su párpado derecho; entre las cortinas no se filtraba más luz que la del alumbrado eléctrico de la calle. El desánimo le invadió: “¿cuándo terminará el invierno?” Al cabo de un minuto, y habiendo hecho acopio de fuerzas, Mario se levantó. Mecánicamente, fue representando los actos de su inalterable rutina diaria: afeitado, ducha, secado y peinado, boletín de las 7 en Radio Nacional, loción, colonia, camisa, traje, corbata, dos panecillos integrales, café instantáneo preparado con leche fría, portafolios, llaves, puerta, rellano, de nuevo llaves, botón de llamada del ascensor… El ascensor. 

La tarde anterior no funcionaba, y había tenido que subir a pie. Se había consolado pensando que, al fin y al cabo, un tercer piso no requería tanto esfuerzo. A la altura del primero, había oído voces y golpes detrás de la puerta. “Operarios que estarán arreglándolo”, había pensado. No le había extrañado encontrar el elevador estropeado; a pesar de ser nuevo, su mecanismo se estropeaba con frecuencia. En cambio, la rapidez con la que el servicio técnico había acudido a repararlo sí le había sorprendido. Tanta premura era mucho menos habitual que las averías. Sea como fuere, en aquella mañana invernal las puertas del ascensor se le abrieron a Mario con toda normalidad. Como todos los días, pudo escuchar el roce de las puertas correderas contra el marco metálico del hueco del ascensor. Desde el mismo momento en que vino a mudarse a la que era ya su casa, ese chirrido grave y prolongado representaba para Mario la frontera entre su mundo privado, seguro y ordenado, y la batalla desesperada con su vida profesional. Funcionario de un servicio crónicamente falto de personal, Mario vivía su jornada laboral más del modo en que un común mortal acometería los trabajos de Hércules, que como el dolce far niente del arquetípico empleado público, ocioso y haragán. 

Entró en el ascensor y se sorprendió al ver su imagen reflejada en un espejo. Ese espejo no estaba allí el día anterior. Cubría todo el fondo del ascensor, desde la altura de sus rodillas hasta el techo, dejando un borde de apenas dos centímetros a su izquierda y derecha. El espejo había sido instalado sobre el revestimiento interno del elevador, fabricado con placas de falsísima madera de un aún más falso color cerezo. Estos eran pues el material y el color de los bordes laterales del espejo. Mario advirtió rápidamente más cambios: en las paredes derecha e izquierda del ascensor, también habían sido instalados sendos espejos, iguales al que ocultaba el panel del fondo. 

Miró su reflejo en los dos espejos laterales: primero un perfil, luego su cara de frente, después, al darse la vuelta hacia el otro espejo, su otro perfil, y, finalmente, de nuevo su rostro, que le devolvía una asombrada mirada. La situación justificaba la sorpresa: por efecto del reflejo mutuo de cada espejo en su opuesto, su imagen se repetía una y otra vez en una infinita curva alargada hacia un invisible final. El ruido que hicieron las puertas al cerrarse le recordó que debía pulsar el botón correspondiente a la planta baja. Al girarse hacia un lado para hacerlo, descubrió que los dos paneles de la puerta lucían, cada uno, su respectivo espejo. Los dos vidrios formaban uno al unirse en el centro sin apenas resquicio entre ambos. El ascensor comenzó a descender. 

Mario miraba divertido su figura infinitamente repetida hacia los cuatro puntos cardinales. Agitó su mano, y cientos de Marios le devolvieron el saludo: enfrente, a su izquierda, a su derecha, y adivinaba que lo mismo ocurría a sus espaldas. Se aproximó entonces al espejo de su izquierda, se sonrió a sí mismo y a sus dobles, mientras acercaba su cara al cristal, ladeándola un poco. Quería verla al mismo tiempo en dos espejos desde poca distancia. Sintió un pequeño escalofrío, una fracción de segundo de vacío, y volvió a encontrarse en el ascensor, rodeado de espejos. Delante de él, su multiplicado reflejo tenía un aire algo aturdido. Lo mismo ocurría a los lados con sus perfiles. Detrás de él… Mario se volvió hacia atrás y se vio a si mismo con la cara pegada al cristal, esquinada, mirando a la vez al vidrio que los separaba y, de reojo, al de su izquierda. Su reflejo estaba inmóvil, no seguía sus movimientos. Se asustó. 

Sopló una brisa fresca, y fluyó un olor de juventud, el del césped recién cortado en el patio de de su colegio. Se sintió invadido por un súbito sentimiento de euforia, matizado por una pizca de melancolía. Abrumado por la avalancha de inesperadas sensaciones, y queriendo huir de ese reflejo que ya no era el suyo, dio un paso atrás. Topó con el espejo que estaba a sus espaldas. Con un ligero estremecimiento, volvió a traspasar la breve nada, y se halló en el ascensor. Se tocó, se confirmó entero y real. En el espejo que quedaba frente a él, su propia imagen le volvía la espalda, apoyada contra el cristal que les separaba. Mario se giró rápidamente para mirarse en otro espejo. Se encontró con su propia cara, mil veces desgatada por la ambición: arrugas más que precoces en el rostro, pelo cano pero amarillento, bolsas bajo los párpados. Se supo egoísta. Sintió la mezquindad adherida a su piel, como una gruesa protección contra los sentimientos ajenos. Cientos de miradas que él entendió justas le laceraban sin piedad. 

Desbordado por el horror, dio un paso al frente. A través del vacío, apareció en el ascensor. Seguía bajando. Abrió los ojos poco a poco, y vio como sus infinitos reflejos abrían los suyos con él. Ellos estaban tranquilos, quizás más de lo que él mismo lo estaba. Le sonreían, Mario estaba enamorado. Dedicación y entrega inabarcables adormecieron sus sentidos. Fue la felicidad. Mario no se movía, no quería romper el encantamiento. De pronto un golpe, una pérdida, y un gesto de dolor reflejado infinitas veces. Por último, la humillación. Mario necesitaba escapar del dolor, del más grande dolor que nunca sintiera, de esa evocación que ahora veía mil veces repetida, de frente, de perfil, de espaldas, como la seguía viviendo día tras día. Saltó hacia delante. 

Sus multiplicados reflejos le recibieron esta vez con los ojos bien abiertos, respirando agitadamente. Poco a poco, Mario se fue sosegando, y con él, sus otros. Pero la tregua fue corta, pronto se encontró hundido en la duda, corroído por la indecisión. En el espejo, los músculos de su cuello se tensaron, y rictus apenas perceptibles fueron marcando su semblante con el rastro de obsesiones nunca del todo dormidas. El tormento de la vacilación no tenía piedad. Nuevamente, intentó la huida hacia delante. 

Mario volvió a sentirse ingrávido por un instante. El ascensor fue atenuando su descenso. Ninguna sensación. Mario, sin acabar de creerlo, se miró en el espejo del fondo. Vio una línea interminable de hombres bien peinados, con la corbata perfectamente anudada, apenas una mota de caspa en el hombro. Rostros algo extrañados por lo vivido, pero listos para enfrenarse al día que comenzaba. El elevador se detuvo. Mario se impacientaba. Oyó como las puertas comenzaron a abrirse a sus espaldas. Empezó a darse la vuelta para salir. A medio movimiento, su mirada pasó por el espejo lateral. Allí, sus reflejos, sus infinitos dobles, arrancaban el paso y, con toda naturalidad, salían por las puertas de sus respectivos ascensores. Presa del pánico, Mario se apresuró a terminar su giro. Las puertas del ascensor estaban cerradas.