domingo, 24 de enero de 2016

Relato de mi anterior libro: "El ascensor". ¿Adivinas quién lo inspiró?


El ascensor

El despertador atronó en la habitación. Mario lo apagó de un golpe seco. Entreabrió su párpado derecho; entre las cortinas no se filtraba más luz que la del alumbrado eléctrico de la calle. El desánimo le invadió: “¿cuándo terminará el invierno?” Al cabo de un minuto, y habiendo hecho acopio de fuerzas, Mario se levantó. Mecánicamente, fue representando los actos de su inalterable rutina diaria: afeitado, ducha, secado y peinado, boletín de las 7 en Radio Nacional, loción, colonia, camisa, traje, corbata, dos panecillos integrales, café instantáneo preparado con leche fría, portafolios, llaves, puerta, rellano, de nuevo llaves, botón de llamada del ascensor… El ascensor. 

La tarde anterior no funcionaba, y había tenido que subir a pie. Se había consolado pensando que, al fin y al cabo, un tercer piso no requería tanto esfuerzo. A la altura del primero, había oído voces y golpes detrás de la puerta. “Operarios que estarán arreglándolo”, había pensado. No le había extrañado encontrar el elevador estropeado; a pesar de ser nuevo, su mecanismo se estropeaba con frecuencia. En cambio, la rapidez con la que el servicio técnico había acudido a repararlo sí le había sorprendido. Tanta premura era mucho menos habitual que las averías. Sea como fuere, en aquella mañana invernal las puertas del ascensor se le abrieron a Mario con toda normalidad. Como todos los días, pudo escuchar el roce de las puertas correderas contra el marco metálico del hueco del ascensor. Desde el mismo momento en que vino a mudarse a la que era ya su casa, ese chirrido grave y prolongado representaba para Mario la frontera entre su mundo privado, seguro y ordenado, y la batalla desesperada con su vida profesional. Funcionario de un servicio crónicamente falto de personal, Mario vivía su jornada laboral más del modo en que un común mortal acometería los trabajos de Hércules, que como el dolce far niente del arquetípico empleado público, ocioso y haragán. 

Entró en el ascensor y se sorprendió al ver su imagen reflejada en un espejo. Ese espejo no estaba allí el día anterior. Cubría todo el fondo del ascensor, desde la altura de sus rodillas hasta el techo, dejando un borde de apenas dos centímetros a su izquierda y derecha. El espejo había sido instalado sobre el revestimiento interno del elevador, fabricado con placas de falsísima madera de un aún más falso color cerezo. Estos eran pues el material y el color de los bordes laterales del espejo. Mario advirtió rápidamente más cambios: en las paredes derecha e izquierda del ascensor, también habían sido instalados sendos espejos, iguales al que ocultaba el panel del fondo. 

Miró su reflejo en los dos espejos laterales: primero un perfil, luego su cara de frente, después, al darse la vuelta hacia el otro espejo, su otro perfil, y, finalmente, de nuevo su rostro, que le devolvía una asombrada mirada. La situación justificaba la sorpresa: por efecto del reflejo mutuo de cada espejo en su opuesto, su imagen se repetía una y otra vez en una infinita curva alargada hacia un invisible final. El ruido que hicieron las puertas al cerrarse le recordó que debía pulsar el botón correspondiente a la planta baja. Al girarse hacia un lado para hacerlo, descubrió que los dos paneles de la puerta lucían, cada uno, su respectivo espejo. Los dos vidrios formaban uno al unirse en el centro sin apenas resquicio entre ambos. El ascensor comenzó a descender. 

Mario miraba divertido su figura infinitamente repetida hacia los cuatro puntos cardinales. Agitó su mano, y cientos de Marios le devolvieron el saludo: enfrente, a su izquierda, a su derecha, y adivinaba que lo mismo ocurría a sus espaldas. Se aproximó entonces al espejo de su izquierda, se sonrió a sí mismo y a sus dobles, mientras acercaba su cara al cristal, ladeándola un poco. Quería verla al mismo tiempo en dos espejos desde poca distancia. Sintió un pequeño escalofrío, una fracción de segundo de vacío, y volvió a encontrarse en el ascensor, rodeado de espejos. Delante de él, su multiplicado reflejo tenía un aire algo aturdido. Lo mismo ocurría a los lados con sus perfiles. Detrás de él… Mario se volvió hacia atrás y se vio a si mismo con la cara pegada al cristal, esquinada, mirando a la vez al vidrio que los separaba y, de reojo, al de su izquierda. Su reflejo estaba inmóvil, no seguía sus movimientos. Se asustó. 

Sopló una brisa fresca, y fluyó un olor de juventud, el del césped recién cortado en el patio de de su colegio. Se sintió invadido por un súbito sentimiento de euforia, matizado por una pizca de melancolía. Abrumado por la avalancha de inesperadas sensaciones, y queriendo huir de ese reflejo que ya no era el suyo, dio un paso atrás. Topó con el espejo que estaba a sus espaldas. Con un ligero estremecimiento, volvió a traspasar la breve nada, y se halló en el ascensor. Se tocó, se confirmó entero y real. En el espejo que quedaba frente a él, su propia imagen le volvía la espalda, apoyada contra el cristal que les separaba. Mario se giró rápidamente para mirarse en otro espejo. Se encontró con su propia cara, mil veces desgatada por la ambición: arrugas más que precoces en el rostro, pelo cano pero amarillento, bolsas bajo los párpados. Se supo egoísta. Sintió la mezquindad adherida a su piel, como una gruesa protección contra los sentimientos ajenos. Cientos de miradas que él entendió justas le laceraban sin piedad. 

Desbordado por el horror, dio un paso al frente. A través del vacío, apareció en el ascensor. Seguía bajando. Abrió los ojos poco a poco, y vio como sus infinitos reflejos abrían los suyos con él. Ellos estaban tranquilos, quizás más de lo que él mismo lo estaba. Le sonreían, Mario estaba enamorado. Dedicación y entrega inabarcables adormecieron sus sentidos. Fue la felicidad. Mario no se movía, no quería romper el encantamiento. De pronto un golpe, una pérdida, y un gesto de dolor reflejado infinitas veces. Por último, la humillación. Mario necesitaba escapar del dolor, del más grande dolor que nunca sintiera, de esa evocación que ahora veía mil veces repetida, de frente, de perfil, de espaldas, como la seguía viviendo día tras día. Saltó hacia delante. 

Sus multiplicados reflejos le recibieron esta vez con los ojos bien abiertos, respirando agitadamente. Poco a poco, Mario se fue sosegando, y con él, sus otros. Pero la tregua fue corta, pronto se encontró hundido en la duda, corroído por la indecisión. En el espejo, los músculos de su cuello se tensaron, y rictus apenas perceptibles fueron marcando su semblante con el rastro de obsesiones nunca del todo dormidas. El tormento de la vacilación no tenía piedad. Nuevamente, intentó la huida hacia delante. 

Mario volvió a sentirse ingrávido por un instante. El ascensor fue atenuando su descenso. Ninguna sensación. Mario, sin acabar de creerlo, se miró en el espejo del fondo. Vio una línea interminable de hombres bien peinados, con la corbata perfectamente anudada, apenas una mota de caspa en el hombro. Rostros algo extrañados por lo vivido, pero listos para enfrenarse al día que comenzaba. El elevador se detuvo. Mario se impacientaba. Oyó como las puertas comenzaron a abrirse a sus espaldas. Empezó a darse la vuelta para salir. A medio movimiento, su mirada pasó por el espejo lateral. Allí, sus reflejos, sus infinitos dobles, arrancaban el paso y, con toda naturalidad, salían por las puertas de sus respectivos ascensores. Presa del pánico, Mario se apresuró a terminar su giro. Las puertas del ascensor estaban cerradas.

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miércoles, 20 de enero de 2016

¡ Ya 50 lectores !

Muchas gracias a los primeros 50 lectores de "Ciclogénesis no explosiva". ¡Espero impaciente vuestras opiniones!

Seguidores: todos los relatos, a un click de distancia:
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domingo, 17 de enero de 2016

Tarjeta de visita

Otra mañana gris, como lo fue la anterior y como lo será la siguiente. Mi parada de metro es cabeza de línea, y eso me otorga el nada despreciable privilegio de viajar sentado aún en las horas punta, cuando miles de bruselenses se dirigen a sus lugares de trabajo. Pocas conversaciones y ninguna risa, como cada día. Demey, Beaulieu, Delta…. en su camino hacia el centro, el tren se va llenando de caras inexpresivas y apáticas. Ella subió en Hankar. 

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martes, 12 de enero de 2016

Un Juicio Final de lo más divertido

Prepárate para reirte: suenan trompetas sobre una ciudad al borde del Mediterráneo. 25 siglos de historia se preparan para el Juicio Final. Por sólo 1.25€, en "Ciclogénesis no explosiva" (e-book en PDF).
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lunes, 11 de enero de 2016

¿Dónde puedo comprar "Ciclogénesis no explosiva"?

Puedes comprar fácilmente "Ciclogénesis no explosiva", tanto en papel como en formato PDF, desde esta página:

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domingo, 10 de enero de 2016

De romeria al Santo

Elías va de romería al Santo. Hoy es el día. ¿Lo conseguirá? Pronto en "Ciclogenesis no explosiva"

Foto de Ciclogénesis no explosiva.

Un lugar en Galicia

Un mes de febrero. Una galería en una casa de la Costa Ártabra, al norte de Galicia. Una ciclogénesis...





Ciclogénesis explosiva .... ¿o no?



Esto es una ciclogénesis explosiva:


Esto es una ciclogénesis no explosiva: