La tarde se anuncia tormentosa en
el barrio estambuliota de Caddebostan. El implacable sol de julio se acaba de
ocultar tras unas muy amenazadoras nubes de tormenta. Sin embargo, Mehmet sabe
que los truenos más fuertes que escuchará hoy serán los gritos de su padre.
Tras mucho meditarlo, lo ha decidido: en apenas 20 minutos, su padre estará al
corriente. Ahora espera su vuelta impaciente en la cocina. Su madre le
acompaña.
–¿Quieres más té, hijo?
–No mamá, no me apetece. Además, no quiero
ponerme más nervioso de lo que ya estoy.
Su madre, ablandando la voz con
toda la ternura que su preocupación le permite expresar, hace un último
intento:
–Pero hijo, ¿estás seguro de lo
que vas a hacer?
–Sí mamá, lo he pensado mucho. Ya
no puedo seguir ocultándolo.
–Pero hijo, ya sabes cómo es tu padre. A lo
mejor no hace falta que le des este disgusto. Sabes que tu hermana y yo
podríamos seguir ayudándote con tus coartadas para que tú pudieras seguir
viviendo como hasta ahora.
–Sí, ya lo sé, mamá, pero no puede ser. He
aguantado en silencio durante muchos años, y ya no puedo seguir así. Tiene que
saberlo.
Se escucha el primer trueno. Un
bufido de aire fresco entra en la cocina, agitando los visillos. Huele a
mar.
–Pero hijo -continúa la madre-,
tu padre se va a sorprender mucho. Piensa que yo misma tampoco me di cuenta
durante mucho tiempo.
–Bueno, tú, en el fondo,
sospechabas algo.
–Sí, ya sabes lo que se dice, que
no hay nada que se le escape a una madre. Yo veía cosas que no tenían
explicación lógica, como esos amigos a los que no nos querías presentar. Y tus
continuas visitas al otro lado, cuando al fin y al cabo, en esta orilla del
Bósforo tenemos de todo… Pero de ahí a pensar que tú, hijo de una familia con
una historia como la nuestra, ibas a…
–Ya, ya sé que no os lo
esperabais –responde Mehmet con un toque de tristeza-.
Un relámpago ilumina la
habitación. Mehmet mira hacia fuera, y comprueba que las islas ya no se ven. La
cortina de agua se va acercando hacia la costa asiática de Estambul, del mismo
modo que, piensa Mehmet, su padre se estará acercando a casa en ese momento. Ya
habrá bajado del dolmuş(1) delante del supermercado, y probablemente esté cruzando
la avenida.
- Ay hijo, no quería ponerte más
triste. Si tú eres feliz así…
–Sí, así siento, así soy. No
puedo hacer nada para cambiarlo, y tampoco puedo esconderlo más. Tú no te
puedes imaginar lo que es vivir ocultando esta pasión.
–No serías el primero en la
historia que tiene que ocultar sus pasiones – el tono ligeramente adusto de su
madre deja entrever muchos años de férrea educación en los mejores colegios-.
–Ya mamá, pero vivimos otros
tiempos.
Otro trueno. Las primeras gotas
caen sobre las flores rojas del balcón. Ahora es la madre la que dirige una
mirada perdida al exterior.
–Para tu padre va a ser un golpe.
Pensará que no logró educarte bien. Pasará semanas pensando en qué se equivocó
contigo, en qué no hizo bien. Cariño, ¿de verdad es necesario que se lo digas?
–Sí mamá. Me va a doler a mí también, pero
tengo que hablar con él. Tengo que decírselo. Aunque sólo sea porque no puedo
soportar que siga insultando en mi presencia a los que sienten como yo.
El ruido de unas llaves entrando
en la cerradura interrumpe la conversación. Mehmet, con gesto serio, se levanta
y sale a encontrarse con su padre en el salón. Su madre le sigue. Al ver a su
padre, Mehmet siente una gran ternura por él. Viéndole realizar sus gestos
cotidianos a la vuelta del trabajo, piensa que en el fondo quizás su madre
tenga razón. Quizás es mejor no decir nada.
Mientras su padre deja la cartera
y el llavero con el escudo de su equipo, el Fenerbahçe, sobre la mesa, siente
pena porque el resto de la tarde ya no será como su padre espera. A pesar de
todo, reuniendo el poco valor que le queda, Mehmet se dirige a su padre:
–Papá, tengo que hablar contigo.
–Sí hijo, claro.
Al ver el gesto grave de su
esposa, el padre de Mehmet se sobresalta:
–¿Qué pasa? ¿Te ocurre algo hijo?
–Hay una cosa que debes saber,
papá. –Tragando saliva, Mehmet continúa–. Es algo que llevo queriendo decirte
hace mucho tiempo, y me ha faltado valor para hacerlo.
Un rayo cae muy cerca, se corta
la electricidad de la casa. Un par de segundos después, el trueno acompaña las
siguientes palabras de Mehmet.
–Papá, no te va a gustar.
–Hijo -le interrumpió su padre-,
has de saber que yo soy una persona moderna. Antes de que sigas, debo decirte
que yo no tengo nada en contra de los… -traga saliva- …de los homosexuales. Si
alguna vez he hecho alguna broma de mal gusto, ha sido sólo eso, una broma sin
intención. Yo…
–Papá…
–Además, no se si sabes que según
tu tío, tu primo Alper también…
–No es eso papá –interrumpe
Mehmet-. Lo que quiero decirte es que yo… soy socio del Galatasaray.
El siguiente trueno cubre el
ruido del golpe que, al desmayarse, da el padre de Mehmet contra la pared del
salón. Como el trueno es largo, tampoco se escucha el estrépito de la caída,
desde el lugar de honor que ocupaba en la misma pared, de su diploma de “socio
de honor” del Fehnerbahçe.
(1) Furgonetas que, en Estambul, hacen las veces de autobús en algunas
líneas.